La sala de espera del consultorio de la doctora en pediatría Gondolla Sebácea era un lugar de ensueño para el pequeño Bolsito DeMerco. Las paredes estaban pintadas de un celeste suave pero vibrante con toques de blanco hechos con esponja sobre el borde superior que daban la ilusión de ser nubes. Había dibujadas todo tipo de agradables animalitos, orugas, conejitos, una mamá perra con sus cachorritos y demás criaturas amigables y sonrientes. El favorito de Bolsito era el sol, que era enorme y regordete y usaba lentes negros. La risa que le causaba que el sol tuviese que usar lentes para protejerse del sol! Además de la decoración, la sala estaba tupida de juguetes, revistas coloridas y todo tipo de plastiscinas, pinturas y tizas. Bolsito era feliz en ese espacio, como lo evidenciaba su enorme sonrisa.
Ese día su mamá no lo había podido llevar a la consulta, lo había mandado con su hermana mayor Manantiales, que normalmente lo ignoraba y trataba mal, pero hoy estaba inusualmente cariñosa y receptiva a sus pedidos. Bolsito creía que era porque se estaba poniendo mejor.
Estaba jugando con otros niños, conquistandolos con su amplia sonrisa ante la mirada de preocupación y repugnancia de los demás padres, cuando abrió la puerta la doctora Sebácea. Bolsito siendo siempre un niño muy simpático y extrovertido corrió a abrazarla, y la corpulenta señora largó una risa profunda y le agitó el pelo.
Una vez en el consultorio, Bolsito se sentó solo en la camilla y se quedó quietito y portándose bien, como le habían enseñado. Manantiales se disculpó con la doctora porque su madre no pudo venir hoy porque se le hacía muy dificil y la doctora dijo que comprendía perfectamente, que es muy normal que los padres se ausenten en consultas como esas, y que ella era muy valiente por venir.
Bolsito sufría de una deformación genética gravísima que tenía como efecto principal que tuviera la boca deformada en una sonrisa constante. Con el correr de los años de la corta vida de Bolsito, la enfermedad había avanzado y comenzaba a causarle convulsiones frecuentes y se empezaba a apoderar de su habla. Los otros niños solo veían a un niño sonriente y feliz, pero mientras conforme iban pasando los años se iba agravando sus diferencias. La familia lo sabía y sufría. Sabían perfectamente que lo que le esperaba a Bolsito era una vida muy dificil, siempre dependiendo de otros para ayudarlo, viendo como se le deteriora el cuerpo mientras el resto progresaba, y viviendo en constante miseria con una sonrisa en la boca.
Es por eso que la clinica de la doctora Sebácea ofrecía un tratamiento muy exclusivo para estos casos. Bolsito vió como la doctora sacaba de un cajón un pequeño recipiente de vidrio lleno de un líquido marrón y espeso y lo ponía en una jeringa.
- Bolsito, -le dijo acercandose con la jeringa, -quiero que cierres los ojos y pienses en un lugar muy lindo, un lugar que te haga muy feliz.
Bolsito obedeció y cerró los ojos. En su mente apareció la sala de espera que estaba del otro lado de la puerta, porque realmente era el lugar que mas le gustaba. Pensó en las paredes pintadas como si fuesen el cielo y las praderas, y la gracia que le causaba el sol con lentes. Sintió un pequeño pinchacito en el brazo y, enseguida, un calor muy intenso que le empezaba a recorrer toda la extremidad, llegaba a su vientre y se exparsía por todo el cuerpo. Le empezó a doler tanto que sintió que le costaba respirar y que no podía moverse ni abrir los ojos.
De repente sintió que la habitación cobraba vida, como siempre imaginaba que sucedía cada vez que estaba ahi. El dolor y el malestar desaparecieron por completo y ahora el sol regordete con los lentes reía profundamente. Las nubes se inflaban y desinflaban y paseaban por el cielo. Los conejos que estaban congelados en el medio de un salto cobraban vida y se iban retozando contentos por ahi, comiendo zanahorias y saludandolo a Bolsito. Mariposas de todos colores salían del pasto y lo rodeaban, los cachorritos lo invitaban a jugar. Bolsito sintió una brisa agradable pero con fuerza, que lo impulsaba a moverse. Bolsito se puso a andar feliz, y se perdió con sus nuevos amigos en esa eterna pradera soleada.
La doctora Sebácea le pidió a Manantiales que le recordara si habían pagado el servicio con despacho de cadaver y ella le contestó con verguenza que no. La doctora entonces le pidió si por favor no podía salir por la puerta de atras.
Manantiales arrastró la bolsa negra con el cadaver de su hermanito por un pasillo olvidado y sucio del exclusivo hospital hasta salir por una puerta que daba a una calle desierta. Arrojó el cadaver de Bolsito en un contenedor y corrió para alcanzar el 571 para llegar en hora a su taller de mindfulness.
Ese día su mamá no lo había podido llevar a la consulta, lo había mandado con su hermana mayor Manantiales, que normalmente lo ignoraba y trataba mal, pero hoy estaba inusualmente cariñosa y receptiva a sus pedidos. Bolsito creía que era porque se estaba poniendo mejor.
Estaba jugando con otros niños, conquistandolos con su amplia sonrisa ante la mirada de preocupación y repugnancia de los demás padres, cuando abrió la puerta la doctora Sebácea. Bolsito siendo siempre un niño muy simpático y extrovertido corrió a abrazarla, y la corpulenta señora largó una risa profunda y le agitó el pelo.
Una vez en el consultorio, Bolsito se sentó solo en la camilla y se quedó quietito y portándose bien, como le habían enseñado. Manantiales se disculpó con la doctora porque su madre no pudo venir hoy porque se le hacía muy dificil y la doctora dijo que comprendía perfectamente, que es muy normal que los padres se ausenten en consultas como esas, y que ella era muy valiente por venir.
Bolsito sufría de una deformación genética gravísima que tenía como efecto principal que tuviera la boca deformada en una sonrisa constante. Con el correr de los años de la corta vida de Bolsito, la enfermedad había avanzado y comenzaba a causarle convulsiones frecuentes y se empezaba a apoderar de su habla. Los otros niños solo veían a un niño sonriente y feliz, pero mientras conforme iban pasando los años se iba agravando sus diferencias. La familia lo sabía y sufría. Sabían perfectamente que lo que le esperaba a Bolsito era una vida muy dificil, siempre dependiendo de otros para ayudarlo, viendo como se le deteriora el cuerpo mientras el resto progresaba, y viviendo en constante miseria con una sonrisa en la boca.
Es por eso que la clinica de la doctora Sebácea ofrecía un tratamiento muy exclusivo para estos casos. Bolsito vió como la doctora sacaba de un cajón un pequeño recipiente de vidrio lleno de un líquido marrón y espeso y lo ponía en una jeringa.
- Bolsito, -le dijo acercandose con la jeringa, -quiero que cierres los ojos y pienses en un lugar muy lindo, un lugar que te haga muy feliz.
Bolsito obedeció y cerró los ojos. En su mente apareció la sala de espera que estaba del otro lado de la puerta, porque realmente era el lugar que mas le gustaba. Pensó en las paredes pintadas como si fuesen el cielo y las praderas, y la gracia que le causaba el sol con lentes. Sintió un pequeño pinchacito en el brazo y, enseguida, un calor muy intenso que le empezaba a recorrer toda la extremidad, llegaba a su vientre y se exparsía por todo el cuerpo. Le empezó a doler tanto que sintió que le costaba respirar y que no podía moverse ni abrir los ojos.
De repente sintió que la habitación cobraba vida, como siempre imaginaba que sucedía cada vez que estaba ahi. El dolor y el malestar desaparecieron por completo y ahora el sol regordete con los lentes reía profundamente. Las nubes se inflaban y desinflaban y paseaban por el cielo. Los conejos que estaban congelados en el medio de un salto cobraban vida y se iban retozando contentos por ahi, comiendo zanahorias y saludandolo a Bolsito. Mariposas de todos colores salían del pasto y lo rodeaban, los cachorritos lo invitaban a jugar. Bolsito sintió una brisa agradable pero con fuerza, que lo impulsaba a moverse. Bolsito se puso a andar feliz, y se perdió con sus nuevos amigos en esa eterna pradera soleada.
La doctora Sebácea le pidió a Manantiales que le recordara si habían pagado el servicio con despacho de cadaver y ella le contestó con verguenza que no. La doctora entonces le pidió si por favor no podía salir por la puerta de atras.
Manantiales arrastró la bolsa negra con el cadaver de su hermanito por un pasillo olvidado y sucio del exclusivo hospital hasta salir por una puerta que daba a una calle desierta. Arrojó el cadaver de Bolsito en un contenedor y corrió para alcanzar el 571 para llegar en hora a su taller de mindfulness.