El secreto de Susanita Trompachota, como muchos de los problemas que éste le había traído, estaba entre sus piernas. Hasta ese momento, nadie había podido descubrirlo, ni siquiera su esposo Gervardo. Había sido muy sutil pero perseverante en ocultarlo todos estos años, manteniendo una admirable consistencia en su red de mentiras.
Pero todo esto estaba a punto de cambiar.
Esa misma tarde, como todas las tardes, Susanita Trompachota se excusó de su despacho en la oficina de Regulaciones Anexadas para dirigirse al baño del fondo, donde realizaría su rutina higiénica secreta.
Pero todo esto estaba a punto de cambiar.
Esa misma tarde, como todas las tardes, Susanita Trompachota se excusó de su despacho en la oficina de Regulaciones Anexadas para dirigirse al baño del fondo, donde realizaría su rutina higiénica secreta.