Debajo del título especificaba su edad, altura, peso, signo zodiacal, sus medidas (90-90-90) y una breve descripción que leía «No Fumo. Tolero Gatos y Perros. Debe tener buen aliento y ser educado con el personal de servicio». Debajo de esa breve descripción había una foto de una mujer de rostro insípido y porte rectangular, como caja de heladera. Debajo de la foto había un último cartel que leía: «SOY TRANSEXUAL».
Maolo sintió que lo invadía un sofoco mientras leía esa última frase en el recorte del anuncio personal que había llevado consigo al restaurante que había elegido para la cita. No tenía motivos para sentirse tan nervioso. No estaba haciendo nada malo. El mundo había mucho desde que había empezado a descubrir los matices y entramados de su propia sexualidad. No estaba yendo a espaldas de nadie tampoco, ni le ocultaba a nadie su naturaleza. La lucha era interna, la llamada viene desde adentro de casa. Había estado 20 años casado, 18 de los cuales los dedicó a enterrar los aspectos menos normativos de su sexualidad, incluso ante los ojos de un mundo que lentamente viraba en la dirección de su aceptación. Eso incluía a su familia, que había reaccionado ante lo que él había transformado en un secreto con compresión, cariño y aliento.
Ahí estaba ahora, en un restaurante meticulosamente seleccionado para ser simultaneamente discreto y popular. Ni muy discreto para que su cita no piense que siente vergüenza, ni muy popular como para correr el riesgo de encontrarse con alguien. Secretamente igual, es lo que mas deseaba, que el mundo lo viera libremente en una cita romántica con una hermosa mujer transexual.
Estaba a punto de pedirse una copa de vino cuando la vió entrar. Se acercó a la recepcionista, a quien le llevaba una cabeza y media de altura y le dejó su saquito de piel, revelando un hermoso vestido plateado que se le abultaba en los costados del torso, con breteles abrillantados que desaparecían en la montaña de musculos de sus hombros. Ella escaneó el pequeño espacio del restaurante Washingten's que un martes a la tardecita aún estaba vacío, y no tardó en conectar su mirada con la de Maolo. El microsegundo en el que cruzaron las miradas duró una eternidad, y Maolo sintió que le perforaba la cornea y le inyectaba dentro suyo un liquido cremoso, dulce y tibio, que se disolvía deliciosamente en su sangre y le recorría todo el tiempo. Maolo se preparó para un rechazo.
Ella se movió hacia la mesa con la gracia de un montacargas en un depósito diminuto. El se paró a saludarla y sentía que debíá estar largando vapor. Le rozó la mejilla con un beso y sintió el picor de una barba gruesa y densa empezando a salir.
- Estas muy hermosa, -logró decir. Ella no sonrió, solo le agradeció por invitarla y se concentró en el menú. El mozo vino a contar los especiales y ella giró levemente para escucharlo. Maolo se perdió entre los pliegues del escote de su vestido, que desde ese ángulo dejaban ver el sutién blanco de abuela que tenía puesto por encima de su pecho plano, recién afeitado, y curtido por el sol.
Maolo la dejo pedir, y cuando fue su turno pidió un vino especial sin tener que mirar la carta, cosa que pareció haber impresionado a su cita, que por primera vez sonrió timidamente como una niña, quitandose inocentemente de la cara un mechoncito de pelo de su peluca azul de superfiestas. Ella había bajado las defensas y entraba cada vez mas en confianza, permitiendose reir y mantener contacto visual. A él la confianza lo llenaba de vigor, y sentía que todo el cuerpo se le inflaba y se le ponía tieso. Todos sus chistes encontraban la risa de ella, todos los comentarios eran acertados, y cuando hablaba la escuchaba atentamente. El tiempo pasó volando.
En la puerta del restaurante, Maolo le puso el saquito sobre los hombros y se acercó al cordón de la vereda, con la intención de parar un taxi.
- Pará, vine en moto -lo interrumpió casualmente, como si no se hubiese tomado 3 botellas de vino durante la cena, -me acompañas?
Los dos atravesaron el pasillo del costado del restaurante camino al estacionamiento y cuando estaban por llegar, a Maolo lo reconoció un hombre corpulento y sudoroso.
- Marolo!!! Que haces aca?? - vociferó como si fuese un jabalí salvaje haciendose pasar por humano. Le extendió la mano con la que le pega trompadas a la novia y se la destrozó en el saludo.
- Andas de joda Marolito???
- Ya nos ibamos
- Ah bueeeeeeeeeeeeeno -dijo mirando de arriba a abajo a la mujer de piernas peludas, peluca desalineada y 1.83 metros de altura que tenía al lado, - no nos vas a presentar???
Maolo sentía que se le congelaban los intestinos y empezó a sudar. Su cita vió como se le enrojecía la cara, se le caía la mirada, y las palabras dejaron de querer salir, y dió un paso al frente.
-Me llamo Gerarda, y vos? -le preguntó mientras le licuaba los huesos de la mano con un saludo. El hombre disimuló todo lo que pudo que se retorcía de dolor.
- Epa!! que firme el saludo -agregó, mirando directamente a Maolo y no a Gerarda - A mi me parecía que te gustaban los machos a vos JEJEJEJEEJ
Maolo sintió que se le desmoronaba el mundo, que toda la noche no había significado nada, que había sido todo un preambulo para que la humillación se sintiera peor, que nunca iba a ser capaz de ser feliz.
- Macho quien?? - dijo Gerarda, y el volumen de la voz lo sacó del transe depresivo a Maolo. -No me vas a decir tu nombre CAGÓN?!- Le dijo el transexual al desconocido.
- Pará loco, pará -llegó apenas a decir antes de que una trompada le sacara todas las palabras de la boca.
El hombre tambaleó hacia atrás y Maolo alcanzó solo a ver como Gerarda se le ponía encima, le propiciaba un par de piñas limpias pero certeras, y se parara de nuevo, acomodándose apenas los pliegues del vestido y dejando al hombre tirado fuera de combate en el suelo.
- Estas bien?- le preguntó a Maolo, a quien todavía no le volvían las palabras.
Se subió a la moto con ella y la agarró fuerte de la panza cervecera. Mientras, recorrían el centro de la ciudad a toda velocidad, Maolo se aferraba fuerte a Gerarda y se dejaba llevar por sensaciones que descubría por primera vez. Se sentía seguro, a salvo, protegido. También se sentía delicado, sensible, pero sin verguenza, sin culpa. Sentía por primera vez que su vulnerabilidad era no solo valorada por alguien, sino que le daba la sensación de que también era buscada, deseada.
Un rato después, cuando Gerarda le empujaba los primeros centímetros de su pene erecto en el ano dilatado, Maolo experimentó una claridad mental como nunca en su vida había sentido. Veía por primera vez su vida no como una serie de oportunidades perdidas sino como una gran aventura que en ese momento llegaba a un momento culmine, un capítulo que se cerraba con un final feliz y abría uno nuevo, como ahora Gerarda le abría el agujero del culo y se lo llenaba de leche.
Maolo sintió que lo invadía un sofoco mientras leía esa última frase en el recorte del anuncio personal que había llevado consigo al restaurante que había elegido para la cita. No tenía motivos para sentirse tan nervioso. No estaba haciendo nada malo. El mundo había mucho desde que había empezado a descubrir los matices y entramados de su propia sexualidad. No estaba yendo a espaldas de nadie tampoco, ni le ocultaba a nadie su naturaleza. La lucha era interna, la llamada viene desde adentro de casa. Había estado 20 años casado, 18 de los cuales los dedicó a enterrar los aspectos menos normativos de su sexualidad, incluso ante los ojos de un mundo que lentamente viraba en la dirección de su aceptación. Eso incluía a su familia, que había reaccionado ante lo que él había transformado en un secreto con compresión, cariño y aliento.
Ahí estaba ahora, en un restaurante meticulosamente seleccionado para ser simultaneamente discreto y popular. Ni muy discreto para que su cita no piense que siente vergüenza, ni muy popular como para correr el riesgo de encontrarse con alguien. Secretamente igual, es lo que mas deseaba, que el mundo lo viera libremente en una cita romántica con una hermosa mujer transexual.
Estaba a punto de pedirse una copa de vino cuando la vió entrar. Se acercó a la recepcionista, a quien le llevaba una cabeza y media de altura y le dejó su saquito de piel, revelando un hermoso vestido plateado que se le abultaba en los costados del torso, con breteles abrillantados que desaparecían en la montaña de musculos de sus hombros. Ella escaneó el pequeño espacio del restaurante Washingten's que un martes a la tardecita aún estaba vacío, y no tardó en conectar su mirada con la de Maolo. El microsegundo en el que cruzaron las miradas duró una eternidad, y Maolo sintió que le perforaba la cornea y le inyectaba dentro suyo un liquido cremoso, dulce y tibio, que se disolvía deliciosamente en su sangre y le recorría todo el tiempo. Maolo se preparó para un rechazo.
Ella se movió hacia la mesa con la gracia de un montacargas en un depósito diminuto. El se paró a saludarla y sentía que debíá estar largando vapor. Le rozó la mejilla con un beso y sintió el picor de una barba gruesa y densa empezando a salir.
- Estas muy hermosa, -logró decir. Ella no sonrió, solo le agradeció por invitarla y se concentró en el menú. El mozo vino a contar los especiales y ella giró levemente para escucharlo. Maolo se perdió entre los pliegues del escote de su vestido, que desde ese ángulo dejaban ver el sutién blanco de abuela que tenía puesto por encima de su pecho plano, recién afeitado, y curtido por el sol.
Maolo la dejo pedir, y cuando fue su turno pidió un vino especial sin tener que mirar la carta, cosa que pareció haber impresionado a su cita, que por primera vez sonrió timidamente como una niña, quitandose inocentemente de la cara un mechoncito de pelo de su peluca azul de superfiestas. Ella había bajado las defensas y entraba cada vez mas en confianza, permitiendose reir y mantener contacto visual. A él la confianza lo llenaba de vigor, y sentía que todo el cuerpo se le inflaba y se le ponía tieso. Todos sus chistes encontraban la risa de ella, todos los comentarios eran acertados, y cuando hablaba la escuchaba atentamente. El tiempo pasó volando.
En la puerta del restaurante, Maolo le puso el saquito sobre los hombros y se acercó al cordón de la vereda, con la intención de parar un taxi.
- Pará, vine en moto -lo interrumpió casualmente, como si no se hubiese tomado 3 botellas de vino durante la cena, -me acompañas?
Los dos atravesaron el pasillo del costado del restaurante camino al estacionamiento y cuando estaban por llegar, a Maolo lo reconoció un hombre corpulento y sudoroso.
- Marolo!!! Que haces aca?? - vociferó como si fuese un jabalí salvaje haciendose pasar por humano. Le extendió la mano con la que le pega trompadas a la novia y se la destrozó en el saludo.
- Andas de joda Marolito???
- Ya nos ibamos
- Ah bueeeeeeeeeeeeeno -dijo mirando de arriba a abajo a la mujer de piernas peludas, peluca desalineada y 1.83 metros de altura que tenía al lado, - no nos vas a presentar???
Maolo sentía que se le congelaban los intestinos y empezó a sudar. Su cita vió como se le enrojecía la cara, se le caía la mirada, y las palabras dejaron de querer salir, y dió un paso al frente.
-Me llamo Gerarda, y vos? -le preguntó mientras le licuaba los huesos de la mano con un saludo. El hombre disimuló todo lo que pudo que se retorcía de dolor.
- Epa!! que firme el saludo -agregó, mirando directamente a Maolo y no a Gerarda - A mi me parecía que te gustaban los machos a vos JEJEJEJEEJ
Maolo sintió que se le desmoronaba el mundo, que toda la noche no había significado nada, que había sido todo un preambulo para que la humillación se sintiera peor, que nunca iba a ser capaz de ser feliz.
- Macho quien?? - dijo Gerarda, y el volumen de la voz lo sacó del transe depresivo a Maolo. -No me vas a decir tu nombre CAGÓN?!- Le dijo el transexual al desconocido.
- Pará loco, pará -llegó apenas a decir antes de que una trompada le sacara todas las palabras de la boca.
El hombre tambaleó hacia atrás y Maolo alcanzó solo a ver como Gerarda se le ponía encima, le propiciaba un par de piñas limpias pero certeras, y se parara de nuevo, acomodándose apenas los pliegues del vestido y dejando al hombre tirado fuera de combate en el suelo.
- Estas bien?- le preguntó a Maolo, a quien todavía no le volvían las palabras.
Se subió a la moto con ella y la agarró fuerte de la panza cervecera. Mientras, recorrían el centro de la ciudad a toda velocidad, Maolo se aferraba fuerte a Gerarda y se dejaba llevar por sensaciones que descubría por primera vez. Se sentía seguro, a salvo, protegido. También se sentía delicado, sensible, pero sin verguenza, sin culpa. Sentía por primera vez que su vulnerabilidad era no solo valorada por alguien, sino que le daba la sensación de que también era buscada, deseada.
Un rato después, cuando Gerarda le empujaba los primeros centímetros de su pene erecto en el ano dilatado, Maolo experimentó una claridad mental como nunca en su vida había sentido. Veía por primera vez su vida no como una serie de oportunidades perdidas sino como una gran aventura que en ese momento llegaba a un momento culmine, un capítulo que se cerraba con un final feliz y abría uno nuevo, como ahora Gerarda le abría el agujero del culo y se lo llenaba de leche.