En una escala del 1 al 10, siendo 10 enorme y vasto como el universo y 1 siendo tan pequeño que es invisible al ojo humano, el bulto del hombre viajando parado en la parte trasera del 563 era un sólido 8, siendo ̈"sólido" la palabra clave. Margarines Citronella tuvo que hacer un esfuerzo para quitarle los ojos de encima. El hombre en cuestión era apenas un hombre. Con suerte tendría 18 años, y Margarines ya llevaba más de 15 años de menopausia.
Había salido de su casa por primera vez en 1 año y medio, la pandemia había fomentado inevitablemente sus tendencias ermitañas. Le sorprendió lo distinto que encontró al mundo en tan poco tiempo. Había envejecido mucho más que un año y medio durante la pandemia, a la cual había entrado como una persona mayor pero con grandes aspiraciones, y había salido como una ancianita con toda su vida ya vivida y su cuerpo, alma y mente ya entrando en su hibernación final.
De ésta introspección nostálgica en la que solía caer con creciente regularidad la sacó la sensación de algo duro rozándole el hombro. Al girar la cabeza notó que el tipo que viajaba parado en la parte trasera del bondi estaba ahora al lado suyo, con su bulto carnoso y palpitante apoyado en su hombro, y sus ojos negros clavados en los suyos. Margarines volteo la mirada inmediatamente a la vez que un fuego en vientre que había estado décadas apagado se prendía de repente como si le hubiesen tirado un balde de alcohol encima. El calor la hizo sudar. Volvió a mirar y vio que el joven seguía mirándola. Margarines sentía como, con unos movimientos sutiles, el jóven le apoyaba y le rozaba el bulto en el hombro. La frente se le llenó de gotas de sudor y, viendo esto, el joven esbozó una sonrisa lasciva, pasándose la lengua por los labios cual rapero en un videoclip al ver un culo, un fajo de guita, o ambos.
Con un movimiento de cabeza la invitó a bajarse con él, y se movió de nuevo a la parte trasera del ómnibus para bajarse. Margarines no sabía donde estaba, el ómnibus había seguido su recorrido por una parte de la ciudad que rozaba lo rural y lo marginal. Ya estaba grande para estas cosas, pensó, pero el fuego en su vientre no la dejaba pensar, le nublaba la vista. El joven la miraba expectante, pasando la mano por su enorme bulto cuando nadie lo veía. El fuego en su vientre o la nostalgia en su mente le dijeron, a la vez, que esta es una oportunidad que nunca se le iba a volver a presentar, y entonces se bajó con el muchacho.
Sin decirse una sola palabra, el chico la guió hacia un terreno baldío que se convertía en monte salvaje. En un solo movimiento la trajo hacia sí mismo y la apoyó contra un árbol y empezó a abrirle la blusa de crochet. Margarines sintió las manos, sorprendentemente toscas para alguien de su edad, metiéndose por debajo de su vestidito de verano y bajándole la bombacha. En un impulso que no sentía hacía muchísimos años, bajo su mano para abrirle la bragueta.
Para sorpresa de ella pero de nadie más, de la bragueta cayeron las 3 medias que constituían su bulto, revelando un pene flácido de unos 2 centímetros aproximadamente, totalmente lampiños. Los testículos parecían no haber bajado nunca, y el prepucio arrugado la miraba como un cíclope enano enojado. Margarines no tuvo tiempo de reaccionar antes de que el chico se abalanzara contra ella, saltando y moviéndose como un cachorrito en su primer celo, rozando su micropene prepuber contra su vagina arrugada y colgajosa, haciendo unos sonidos con la garganta que le recordaban a todas las veces que sus hijos, nietos, y sobrinos eran bebés haciendo esfuerzo para hacer caca en el pañal.
Luego de un minuto y medio de ser empujada contra el árbol a caderazos, el chico se alejó y, usando su dedo indice y pulgar, masturbó su minúsculo pene de bebé hasta que salió burbujeando lo que debería ser semen pero, considerando el color amarillento y la cara de dolor del chico al eyacular, parecía ser pus. El hombre se subió la bragueta y sin decir nada se fue del monte.
Margarines se desplomó contra el árbol, con la bombacha baja y rodeada de tres pares de medias, y se masturbó hasta causarse un infarto.