Jizzy va al Zoológico

El último fin de semana antes de que lo cerraran los protestantes trans-veganos, el Zoológico Municipal de Costa Meretriz organizó su despedida a lo grande. Con entrada libre y disparatados descuentos en las golosinas y regalos, el parque de animales tuvo su mayor concurrencia en décadas. Jizzy aún no se recuperaba del todo de la operación a la que se había sometido como resultado de su intento de Seppuku, pero era su ultima oportunidad de ir a su lugar favorito, así que se tomó un cóctel de calmantes y fue.

Era un día hermoso de primavera, el sol radiante y la brisa refrescante. Jizzy recorrió las pequeñas calles del zoológico con regodeante alborozo. Vió a los flamencos, elegantes y rosados, y a las jirafas, con su elegancia enternecedoramente marciana. El hipopótamo saludaba emocionado a la gente, mientras que los rinocerontes mantenían su distancia, con su característica cautela majestuosa.  Los niños gritaban de júbilo cerca de las jaulas de los leones, quienes daban un espectáculo de rugidos y poses amenazantes. Jizzy se desvió por la cueva de los reptiles, en donde lo rodearon serpientes gigantes, perezosos lagartos, iguanas de todos colores, y demas criaturas reptantes. Emergió del otro lado de la cueva ante los chillidos libidinosos que venían de la jaula de los monos.

Jizzy sabía que el premio estaba al final de este recorrido, en donde se encontraba su animal favorito: el elefante. Le prestó debida atención a los demás animales, y con mucho gusto sin duda, pero rápidamente iba reduciendo el tiempo de estas visitas, deseoso de llegar al final. Cuando por fin llegó al recinto del elefante, sintió que su estómago se congelaba. 

Al contrario del resto de los animales del lugar, el elefante estaba viejo, arrugado, cansado. Su piel se sarandeaba en largos colgajos al moverse incitado por un custodio del zoológico. Hizo contacto visual con Jizzy con su ojo venoso y lastimado, rodeado de lagañas, pus y lágrimas. Su vagina prolapsada colgaba como una segunda cola y, habiendo perdido toda su dignidad, empezó a defecarse encima en frente a todos. Sus heces eran blandas, casi liquidas, y se deslizaban revistiendo los labios de su vulva estirada. Como si esto fuera poco, el elefante empezó a mearse en pleno defeco. El meo y la mierda blanda se mezclaban en un potaje grumoso color marrón dorado que parecía no tener fin, y se deslizaba por el suelo de tierra seca del recinto hasta llegar casi a los pies de Jizzy, quién miraba todo con profunda tristeza. 

El sol se puso, las familias volvieron satisfechas a sus casas. El zoológico cerró sus puertas para siempre, poniendo fin a una era, y esa misma noche, no pudiendo olvidar nunca más lo que había visto esa tarde, Jizzy se inmoló.